domingo, 6 de enero de 2008

La felicidad de la inocencia

Vuelvo a recuperar una historia que escribí hace ya tiempo... Conservo el título que le puse entonces.


LA FELICIDAD DE LA INOCENCIA

Su vida transcurría en una sucesión continua de sonrisas melladas y chispeantes. Sus ojos, abiertos como si cada segundo le dieran una sorpresa. Su metro veinte correteaba por el pasillo de casa cada día, con los brazos en forma de cruz, imitando al avión de playmóbil. Provocaba accidentes de coches sin parar, choques sin víctimas, sin un solo rasguño. Y contaba historias de lo que sería su vida a la edad de su padre. Tendría una casa de tres pisos, cuatro perros, la mujer más guapa y ocho hijos. Y sería bombero, y apagaría todos los fuegos de Barcelona, y salvaría a todo el mundo, y le darían mil medallas. Y también sería futbolista, y marcaría diez goles en cada partido, y se haría amigo de Ronaldinho.
Cantaba en primavera, chapoteaba en verano, perseguía a las hojas caídas en otoño y esperaba impaciente el invierno, porque en diciembre llegaba la Navidad.
Los Reyes Magos saldrían de Oriente montados en camello y cansados llegarían hasta el comedor de su casa. Y un año más se comerían el pedacito de pan con queso, y se beberían la copa de vino, y al ver sus zapatos del número treinta y dos le dejarían el saco lleno de todos los regalos que pidió en la carta.
Aquel cinco de enero se despertó a media noche, los nervios se habían instalado en su barriga y quería echarlos al vater para que fueran a parar bien lejos, hasta el mar.
Así que se levantó de la cama, abrió la puerta de su habitación y empezó a caminar de puntillas hacia el lavabo. Sabía que si Melchor, Gaspar o Baltasar le oían, pasarían de largo hasta la casa del vecino. Una vez en el pasillo escuchó la voz de un hombre. Estaba a la altura del despacho de su padre, así que entró y se escondió debajo de la mesa, inmóvil. Al día siguiente le contaría a papá que unos de los Reyes tenía la voz muy parecida a él. De repente escuchó hablar a alguien más, esta vez era una mujer, era la voz de mamá.
Qué susto, pensaba que los Reyes le iban a pillar despierto y sólo eran sus padres que aún no se habían acostado. Volvió a salir al pasillo, esta vez gateando, dirección al comedor para darles un susto. De repente se paró en seco. Los ojos como platos llenos de sopa al ver a sus padres colocar el avión, los colores, el monopatín, las películas de Disney y el escalextric al lado de sus botines, debajo del árbol de bolas y luces de colores, y comerse el queso, y beberse el vino, y llevarse el pan hacia la cocina.
Volvió a su habitación, cerró la puerta y se quedó sentado en el suelo apoyado en ella durante unos minutos. Ya no necesitaba ir al lavabo.
Se acostó. Y se durmió. Y soñó que todo había sido un sueño.
Pero ya no se despertó a las ocho de la mañana ni fue gritando hasta la habitación de sus padres para que le acompañaran a abrir los regalos, si es que los tenía, si es que se había portado bien. A las doce sus padres fueron a buscarle a la cama, un poco preocupados por su tardanza. Y se encontraron a un niño de mirada opaca, cuya sonrisa miraba al suelo en vez de querer rozar las nubes, que hablaba en voz baja y no quería darles un beso.

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