Uno de los privilegios de los que disfruto habitualmente es de la posibilidad de conversar. Simplemente hablar, de todo, de nada, de cosas concretas o de temas que se escapan a lo tangible, de mí, de otros, del presente, del pasado, del futuro, de asuntos banales y aspectos trascendentales, de éxitos, de fracasos, de virtudes y defectos, de problemas y de soluciones, de sensaciones, de pensamientos, de dudas, de esperanzas, de amor y desamor, de ilusiones, de cambios, de la rutina diaria, de este mundo y de otros...
Simplemente conversar, sin un fin, sin un objetivo, sin más regla que el respeto, sin pretensiones ni expectativas.
Conversar, con personas que piensan antes de actuar, y con otras que lo hacen después. Con personas que no piensan (o no quieren pensar), con personas que piensan demasiado, con personas que saben de lo que hablan y con otras que no tienen ni idea. Con personas que saben expresarse y con personas que no poseen el don de la palabra. Con personas cultas, incultas, de mi generación, de algunas anteriores, de mi mismo punto de vista y de opinión contraria. Con personas que me dan la razón y con otras que me la quitan, lentamente o de un plumazo.
De algunas aprendo, otras me distraen. Algunas me hacen reír y otras me desahogan. Algunas son necesarias y otras prescindibles. Pero todas me enriquecen.
Y es que, para mí, la conversación es uno de los pequeños placeres de la vida. Y digo pequeño porque así se llama a las cosas cotidianas de las que podemos (o sabemos) disfrutar. A los placeres relativamente accesibles. Y que en realidad, suelen ser los placeres más grandes, y los más duraderos en el tiempo, precisamente por su cotidianidad.
Para ser sincera, no me hace falta mucho más que esos pequeños placeres para sentirme bien. Y digo bien, no feliz, que ese es otro tema...
Pero es curioso. Se asocia, en la mayoría de los casos, necesariamente, a la conversación con la comunicación. A veces incluso hay quien las confunde. Un grave error.
Mientras en la conversación tan sólo hacen falta palabras, la comunicación implica muchísimas connotaciones adicionales.
En ambas confluyen mensaje, relación, intercambio. Y por lo tanto, entiendo la conversación como una posible forma de comunicarse, pero no forzosamente lo es.
La comunicación conlleva conexión, comprensión, entendimiento, percepción, interpretación.
Y desde luego, ese efecto no se consigue en todas las charlas. Y en cambio, puede hallarse sin hablar.
Comunicación es, para mí, la base. Bien sea dialogando, en silencio, haciendo el amor, con una mirada, con un gesto, con una caricia, con un juego, con un beso, o en posición estática.
La comunicación es multiforme, es recíproca, no tiene pautas. Y además de un placer, la entiendo como una necesidad. Y como tal, sí es una de las cosas que, al conseguirla, al vivirla, puede hacerme sentir feliz...
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1 comentario:
creo k tambien hay algunos niñod k hacen la tarea y lo prodrian leer y la ultima parte no me paresio
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