Fueron tres años...
Recuerdo los ensayos, las partituras desordenadas, las letras de los villancicos a medias. Tres gorros rojos de Papá Noel, y uno amarillo. Y un sombrero negro que se coló como suplente, y otro con trenzas incorporadas.
Recuerdo a los ancianos esforzándose por palmear al ritmo de una guitarra, y un “esa morena!” que me acabó de robar el corazón.
Recuerdo a una señora que refunfuñaba molesta porque no nos sabíamos las reliquias musicales de su pueblo. Y las peticiones que no llegaban por carencia de memoria.
Recuerdo dos amores. Dos parejas. Cuatro amigos.
Dos guitarras, y un afinador rebelde.
Recuerdo una voz, su voz, marcando ritmo, afinando en cada nota. Y me recuerdo uniéndome a su tono sin quererlo. A dos voces, imposible.
Recuerdo mi afonía al final de la tarde, y el sudor en diciembre tras la puesta en escena.
Recuerdo unas tazas de Navidad con pétalos dentro, unas cestas con golosinas, unos guantes negros cortados, unos calendarios de madera...
Recuerdo mezclar la letra de un villancico con la melodía de otro, las repeticiones de canciones, los aplausos, las sonrisas añejas... Y los caramelos, y los bombones, y las cuidadoras haciendo fotografías, y mi abuelo emocionado, y mi abuela tocando la pandereta.
Y mi otra abuela, la que ya no está, la que se fue antes de que no volviéramos a cantarle a la residencia en Nochebuena.
Recuerdo la unión. Las ganas. La ilusión. Los cruces de miradas. La complicidad. Las risas. La conexión. La voluntad. La Fe. La magia. La intención. La alegría.
Recuerdo sentir. Vibrar. Vivir.
Recuerdo la conjunción de cuatro almas desiguales que formaban una figura de lados exactos.
Cuatro voces que se acoplaban perfectamente - desentonadas-, para crear más ambiente que música.
Recuerdo. Y a veces el recuerdo duele, aunque recuerdes esbozando una sonrisa...
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