Siempre pensé que carecía de equilibrio. Que era una persona extremista, alguien polar, que no sabía vivir con el término medio, con la línea recta en vez de los picos y los descensos, que entendía que la mezcla entre el blanco y el negro es siempre gris (en la acepción metafórica de ese color). Y me gustaba ser (sentirme) así.
Porque identificaba al equilibrio como un estado asensorial, carente de emociones, un “pasar de puntillas”, que derivaba en una no implicación, en carencia de opinión, en una moderación que injustamente entendía como falta de impulso.
Hace ya un tiempo que entiendo al equilibrio de otra manera. Como sinónimo de paz, de templanza, de armonía.
Hoy he buscado su definición, y me he encontrado con una sorpresa:
“Situación específica en la que existen diferentes factores o procesos, cada uno de los cuales son capaces de producir cambios por sí mismo, pero que puestos en conjunto no producen cambios en el estado del sistema a lo largo del tiempo.”
Hace ya tiempo que no huyo del equilibrio, sino que lo busco.
Y hace ya tiempo que no pienso que carezco de él, sino que lo rozo.
Estoy convencida de que en mi caso ha sido necesario vivir experiencias radicalmente opuestas y relacionarme con personas con puntos de vista tajantemente contrarios para llegar a saber cuál es mi sitio. Necesité creer estar convencida de ideas, creer que quería lo que no tenía, creer que lo que me enseñaron era erróneo y creer que lo que aprendí sola también lo era.
Necesité el mal humor para entender la alegría, y las risas para entender el llanto. Necesité la falta de respeto para entender la educación, y la educación para entender la convivencia. Necesité la convivencia para entender la soledad y la soledad para entender la compañía. Necesité la religión para entender el agonosticismo, y el agnosticismo para entender la Fe (genérica) Necesité la plena rebeldía para entender la importancia de ciertas normas. Y necesité las normas, para saber cuáles quería saltarme y cuáles no. Necesité separarme para querer unirme, y necesité conocer para saber a quién...
Necesité odiar los convencionalismos y la tradición cuando me enteré de que había otras alternativas. Hoy apoyo y disfruto algunos de ellos, pero no por costumbre sino por convencimiento.
Necesité acertar o equivocarme, para después recuperar, como mío, y sin imposición, parte del origen aprendido.
Necesité estar atada para querer soltarme, y necesité la libertad para querer ligarme.
Necesité romper para valorar, cuestionar para saber.
Necesité la ansiedad para entender la calma, y la calma para entender al equilibrio...
Definitivamente, equilibrio no implica invariabilidad, o estaticidad, creo que mi vida sigue estando sujeta a muchos posibles cambios, tal y como la definición afirma, (siempre seré partidaria de la evolución), pero creo también que algo dentro de mí está ya formado y es invariable.
Seguiré defendiendo firmemente en lo que creo, pero siendo consciente de que hoy puedo estar equivocada (y siempre dispuesta a que alguien consiga, a base de inteligencia, hacerme cambiar de opinión).
Seguiré sintiendo, en algunas ocasiones un frío glaciar, y en otras, un calor abrasador. Y al mismo tiempo que disfrute –o odie- estas sensaciones, sabré buscar, según convenga, una manta o un vaso de agua fría.
Seguiré vistiéndome a veces de negro luto o de blanco puro, pero sabré combinar ambos colores, y sobretodo, sabré mezclarlos.
No renunciaré jamás a vibrar (y no puedo aunque quisiera) renunciar a sufrir.
Pero serán momentos, instantes extremos.
Y con equilibrio, sigo cambiando... Entendiendo, aprendiendo, buscando, recuperando... Y sobretodo, sabiendo qué quiero de mi vida, que está, curiosamente, en el medio de lo que me enseñaron y de lo que aprendí por el camino.
Mi madre siempre me ha dicho que busco el camino más difícil para llegar a la meta. Hay quien no ha necesitado nunca extremos. Yo, gracias a ellos (y a veces por desgracia), sé cuál es mi meta a grandes rasgos. Y ahora sí, me siento capaz de ir hacia ella sin desviarme...
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2 comentarios:
Esto podría haberlo escrito yo perfectamente. Punto por punto, palabra por palabra. Todo. Hasta lo de tu madre. Siempre digo que hay tres formas de hacer las cosas: la fácil, la difícil y la mía, que es el más difícil todavía: lo que jamás a nadie se le hubiera ocurrido de tan complicado que es. Y también quiero equilibrio y creo que lo tengo pero a veces se me escapa.
Yo podría haberlo pensado pero nunca escrbirlo tan bien.
Me encanta esta frase:
"Necesité conocer para saber a quien..."
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