lunes, 31 de diciembre de 2007

Adiós, 2007

Empiezo la última mañana del año acorde a lo que ha sido... Me levanto, y no puedo desayunar, no tengo pan para hacerme una tostada... Cojo el coche para ir a trabajar y en un semáforo tengo un toque (flojo) con un taxista. Sigo conduciendo, y no encuentro aparcamiento. Después de veinte minutos dando vueltas, y tras llamar a mis compañeros para avisar de que llegaré tarde (sin que me cojan el teléfono), consigo encontrar un hueco. Bajo del coche, pretendo ir a desayunar, pero todos los bares de la zona estan cerrados por puente. Al final, encuentro una cafetería. Entro en la oficina y nada más sentarme suena Angie de los Rollings...
Aguanto un comentario fuera de lugar y me muerdo - un poco- la lengua.

Pero ya está. Por fin pasó. 2007. Hasta nunca.
Fin de año. Momento de reflexión, de valoración, de propósitos, de echar la vista atrás pero de coger impulso hacia delante, de cierto descanso, de buscar un motivo para cada uva, y de comer una uva por cada mes. Y único momento del año, a las doce en punto, en el que puedo saber lo que está haciendo (casi) cada persona que quiero. Justamente lo mismo que yo.
Y es que aunque lo del fin del año sea también una invención humana, psicológicamente sí sirve –al menos a mí me sirve- para marcar ciertos ciclos, paralelos a los personales.

Lo supe desde el principio. Éste iba a ser un año de transición, sin grandes acontecimientos, especial en sí mismo por ninguna causa, y de (dura) evolución. Y así ha sido.

Año más tenso que intenso, e intenso en formas diversas, más mentales que físicas.
Año de fin de procesos, de acabar de depurar, de terminar de expulsar, de cambio de piel.
Año de conclusiones más que de soluciones, de búsqueda agotadamente incansable, de encuentro con varios de mis “yos”, y de unión de todos en uno mismo.
Año de caminos no convergentes, de compases no coincidentes.
Año de espera, y de merecido diploma en paciencia. De medios más que de fines. De licenciatura en mí, y de primer ciclo superado en otros. De poca sal, y poco azúcar, y alguna especia para darle sabor.
Año de lucha, de purga de errores, de reaprendizaje, de pies en el suelo, de supervivencia. Y de ausencia.

Así lo siento, ahora que ya se va. Porque siempre me queda una sensación predominante de cada época, independiente de los acontecimientos. Más subjetiva que objetiva. Un recuerdo abstracto, general, no sé si tramposo o certero, por encima de lo que ha sido cotidiano, que anula en una ráfaga de percepción a los recuerdos particulares, cediéndoles luego su sitio de nuevo.

Pero también quiero enumerar todos esos acontecimientos (quizás no “grandes” pero sí importantes), todos esos momentos especiales, que los ha habido, por supuesto, y todos los planes divertidos, entretenidos, emotivos y reconfortantes que han formado parte de mi (blanda) evolución.

Madrid. Y ese brindis de cava –y de lágrimas- por el primer embarazo de las niñas de la Facultad. Y el rastro, y los huevos estrellados, y quedar en Sol, y los bocatas del Rodilla, y El Retiro... Y mis escapadas del resto... Madrid, que el pasado mes de febrero me gustó más que nunca.
Magia.

Semana Santa en Budapest -La estancia en Buda y las visitas continuas a Pest-. Las terrazas con mantitas y las fondues de chocolate con frutas. Las compras en el mercado. Los tranvías y su entrañable pitido al cerrar puertas, una comida de lujo en Gellert, las cajas secretas, la concentración de moteros... Y las cosas que nos perdimos por querer vivir la ciudad a nuestra manera. Y las cosas que ganamos por ello.
Tranquilidad.

Santiago de Compostela. Una despedida de soltera a ritmo de muñeira cachonda, con una novia entregada y un público más observador que participativo. Nostalgia de mi llegada al Obradoiro tras hacer parte de El Camino. Y la visita al Fin de la Tierra, para quemar un tanga en la hoguera, como símbolo de nueva etapa, de nueva vida. Una feria, y un pulpo, y sentirme viva, y feliz, y cantar por la calle todas las canciones de nuestra infancia, con un globo de cebra rosa como mascota.
Alegría.

Calatayud. Recuerdos de mi infancia por aquellas calles, y alojamiento hogareño en el Mesón de la Dolores. Visita –curativa del alma- al Monasterio de Piedra, inyección necesaria de aire puro y envoltura en agua, mi elemento indiscutible.

Mallorca. Cinco días nublados de junio, una amiga, un coche alquilado, y una isla a nuestra disposición. Los desayunos interminables, la sensación, a ratos, de estar en otro país, los chupitos gratis en el Puerto, el barco hasta Ca Salobra, los ratos en las playas rogando por un rayo de sol, las ensaimadas, las risas. Vacaciones (en su máxima expresión)

Aldeanueva. Cómo no. Como siempre. Diez de los mejores días de este año, sin duda. Armonía. Equilibrio. Aceptación del paso de tiempo. Varios pasos adelante. Ilusión. Paz.
FELICIDAD. Sí, en mayúsculas.

Bruselas/Brujas. Con mis padres. Cuánto tiempo sin planear –ni compartir- un viaje de más de dos días con ellos. Sentirme niña de nuevo, cuidada, guiada, sin grandes responsabilidades. Chocolate, chocolate, chocolate. Recuerdos. Asociaciones. Empezar a espantar miedos. Asombro. Los menús con tres tristes gambas de primero, una petición en la Catedral, vivir durante un día en otra época, en Brujas. El inicio del fin del 2007.
Superación.

Zaragoza. Buena compañía, dejarme cuidar un poco, pincho de champiñones, “La habitación de Fermat”, cola interminable en la estación de trenes, risas, visita obligada a la Virgen del Pilar, una buena manera de pasar dos días de resfriado, sin mucho Cierzo.
Comodidad.

Y todo lo que no se resume en viajes, sino en días, o en momentos. Como las dos bodas, mi lectura sobre el amor en una, en la otra mi emoción sobresaltada sin descanso, y ese verso... Y el karaoke cantando “Resistiré” con una funcionaria de prisiones vestida de presa. Y el regalo de “Eres buena gente” en persona y un reposacabezas rojo que podía ser cualquier cosa. Y una postal en la nevera dándome las gracias y haciendo que me viera desde otros ojos, de una forma que me encantó. Y una mañana de la más literal risoterapia con un profesor de lujo, y otra postal sin letras, y el nacimiento de Adriana, y la despedida de una de las nuestras que decide irse a la India un año, y dos nuevos embarazos. Y las comidas, las cenas, los cafés, los bailes, el trabajo fijo (otra vez) y el nacimiento de este blog, y volver a dejar de fumar, y empezar a hacerme adicta a la piscina y al Body Balance.
Y personas que han llegado y sé que permanecerán, y esas otras que sólo hicieron una aparición estelar (por algún motivo, con alguna función, siempre), y las que siguen estando... Y una que se fue para siempre, sin opción a despedida.
Y mi primer paseo en bici por Barcelona, a ritmo de guitarra y de cajón flamenco, a ritmo de cosas nuevas mezcladas con las de siempre. Al ritmo que más me gusta.

Y todo lo que podría haber hecho, pero no hice. Siempre el dichoso condicional. Y tantas el veces el “pero no” detrás.
Y al final, pienso que lo que no hago es porque no quiero, y que, entonces, “nada”, al respecto, es justamente lo que en el fondo deseo hacer.
Pero parece que me cuesta asumir que no siempre tengo ganas. O valor. Más ganas que valor, supongo, ya que siempre he sido partidaria del “si se quiere se puede”.

2007... Algunas creencias dicen que los ciclos se componen de 9 años, y que el 2007 (2+0+0+7= 9) es el último de un período , que dará lugar al 2008, año primero de una nueva etapa.

Así lo percibo, y así me despido.

Realmente, haciendo repaso, no puedo decir que el 2007 haya sido un año malo... Pero espero, el próximo 31 de diciembre, estar gritando que el 2008 fue genial.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Cosas que hacen que la vida valga la pena


Lo de menos es la película. No acabé de verla.
Algo que valió mucho más la pena me robó el final. Quizás por eso no haya vuelto a interesarme por cómo acaba. Porque es lo de menos.
Pero hoy, veintiséis de diciembre, me quedo con esta portada.
Con la reflexión de un título (y con la coincidencia, entonces, de título y acontecimiento). Con el dibujo, simple, pero dulcemente directo. Y, por supuesto, con una de las canciones de su banda sonora, de Pasión Vega. Sobretodo con el estribillo, que ha sido para mí un grito de guerra en algunos momentos:
"Cuando los días apuñalan el calendario,
cuando el monte del calvario se hace un hueco en tu jardín,
abre las puertas de par en par y que corra el aire,
no es verdad que se ha hecho tarde, ahora toca ser feliz"
Hoy me quedo pensando en las cosas que hacen que mi vida valga la pena.
Y me doy cuenta de que vale la pena parar a pensarlas, detenidamente, de vez en cuando.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Nostalgia Pre-Navideña

Fueron tres años...

Recuerdo los ensayos, las partituras desordenadas, las letras de los villancicos a medias. Tres gorros rojos de Papá Noel, y uno amarillo. Y un sombrero negro que se coló como suplente, y otro con trenzas incorporadas.

Recuerdo a los ancianos esforzándose por palmear al ritmo de una guitarra, y un “esa morena!” que me acabó de robar el corazón.
Recuerdo a una señora que refunfuñaba molesta porque no nos sabíamos las reliquias musicales de su pueblo. Y las peticiones que no llegaban por carencia de memoria.

Recuerdo dos amores. Dos parejas. Cuatro amigos.
Dos guitarras, y un afinador rebelde.
Recuerdo una voz, su voz, marcando ritmo, afinando en cada nota. Y me recuerdo uniéndome a su tono sin quererlo. A dos voces, imposible.

Recuerdo mi afonía al final de la tarde, y el sudor en diciembre tras la puesta en escena.
Recuerdo unas tazas de Navidad con pétalos dentro, unas cestas con golosinas, unos guantes negros cortados, unos calendarios de madera...
Recuerdo mezclar la letra de un villancico con la melodía de otro, las repeticiones de canciones, los aplausos, las sonrisas añejas... Y los caramelos, y los bombones, y las cuidadoras haciendo fotografías, y mi abuelo emocionado, y mi abuela tocando la pandereta.
Y mi otra abuela, la que ya no está, la que se fue antes de que no volviéramos a cantarle a la residencia en Nochebuena.

Recuerdo la unión. Las ganas. La ilusión. Los cruces de miradas. La complicidad. Las risas. La conexión. La voluntad. La Fe. La magia. La intención. La alegría.

Recuerdo sentir. Vibrar. Vivir.

Recuerdo la conjunción de cuatro almas desiguales que formaban una figura de lados exactos.
Cuatro voces que se acoplaban perfectamente - desentonadas-, para crear más ambiente que música.

Recuerdo. Y a veces el recuerdo duele, aunque recuerdes esbozando una sonrisa...

lunes, 17 de diciembre de 2007

Falta grave sin atenuante

- Lo siento, no puedo devolver un recibo sin que el titular de la cuenta firme la conformidad de la devolución.

- Sí, mujer, sí que se puede... En otra oficina lo hicieron una vez.

- No, no, lo siento, pero es normativa, no puedo hacer lo que solicita.

- Bueno... Pero normativa es lo que se hace normalmente, así que si quieres puedes hacerlo...



Caso real vivido en primera persona.
Mi interlocutor, varón, 32 años, con estudios
universitarios.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Me acuerdo de tí.

Me acuerdo de ti.
Cada noche cuando me lavo los dientes antes de irme a dormir,
Cada día que paso sin fumar, de nuevo,
Cada vez que cruzo la puerta del gimnasio,
Cada vez que mi casa no es un remolino de bolsas en el suelo,
Cada vez que me despierto buscándote porque te has colado en mis sueños,
Cada vez que me meto en la cama a las once,
Cada vez que no me río como lo hacía contigo.

Me acuerdo de ti.
Cada día que sigues ausente,
Cada momento que creo estar a punto de dejar de acordarme,
Cada vez que no miro una fotografía,
Cada vez que no escucho tu voz en una canción,
Cada domingo que no preparo otro zumo de naranja por la mañana,
Cada vez que rechazo porque no hay más espacio,
Cada vez que miro y no tengo ganas de seguir mirando.

Me acuerdo de ti.
Cada vez que oigo hablar de una boda o de un bautizo,
Cada vez que estreno algo que sé que te gustaría,
Cada vez que me apetece compartir, tiempo, proyectos, una vida,
Cada vez que creo que tu imperfección y la mía hacían buena pareja,
Cada vez que sé que todo pasa, y no quiero que pase,
Cada vez que no quiero acordarme,
Cada vez que me gusta recrearme en un recuerdo.

Me acuerdo de ti.
Cada vez que no eres tú.

Me acuerdo de ti.
Cada día, por algún motivo.

Me acuerdo de ti.
Hoy, porque no soy capaz de poner el árbol de Navidad, por ejemplo.

Radiografía


El otro día alguien me regaló esta postal.


Y me la regaló porque, al verla, le recordó a mí.

Y se encargó de hacerla llegar a mis manos.


Me halaga. Me enorgullece. Me reconforta. Me impulsa.

Hay regalos que no tienen precio.


Gracias.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Eslogans del tercer milenio

“Autonomía, individualismo, independencia, libertad sin trabas … Son los slogans que deleitan a la humanidad del tercer milenio. Se presentan como conquistas que asegurarán a quien los posean la felicidad y la dicha. Espoleado por estos acicates el hombre ha creado una sociedad de multitudes pero en la que, curiosamente, se siente solo. Al final, es la soledad el botín real que se ha conquistado después de romper lazos, de elegir antes mi interés que el ajeno, de ser yo mi propia norma. Cuando el “yo” se agiganta, el corazón se vacía de “otros”, y si no hay otros, por rodeado que esté de gente, el ser humano estará solo.”

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Y yo, que tantas veces he defendido la autonomía, el individualismo, la independencia y la libertad... Asiento con la cabeza a este párrafo (que he extraído de un artículo algo más extenso).

Y reculo un poco, y bajo la voz al apoyar estos cuatro conceptos.

Porque proclamarlos sin matices es igual que acatar sus antónimos sin reproches.

Y porque autonomía sin saber aceptar ayuda, individualismo sin capacidad de equipo, independencia sin saber compartir y libertad sin respeto... No es un avance. Es egoísmo.
Y la soledad buscada fortalece, pero la impuesta (y buscada sin voluntad pero a base de actos), ahueca por dentro.

jueves, 29 de noviembre de 2007

"TIERRA, la película de nuestro planeta"


Una alternativa a la sobremesa del sábado, a cualquier otra película del (a veces) habitual cine del domingo, incluso a las copas del viernes... O un ingrediente perfecto para aliñar la rutina (o no...) de cualquier día entre semana.
En definitiva, muy recomendable.
Concienciación sutil, imágenes espectaculares, chute vital de naturaleza, sonrisas continuas, incluso risas!
Desconexión garantizada de "nuestro mundo" y conexión (garantizada también) con "el mundo"...
Cinco años de trabajo, doscientas localizaciones en 26 países, cuarenta millones de euros...
Y un viaje que nos hace recordar de dónde venimos, y nos hace pensar hacia dónde vamos...


miércoles, 28 de noviembre de 2007

La antesala de la desidia

Esperaba. Esperaba. Esperaba.
"Cuando menos lo esperes", le decían.
Seguía esperando.
"Recuerda, cuando menos lo esperes"

Dejó de esperar.

Y llegó.
Pero ya sin esperanza, lo dejó escapar.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Mi indignación de hoy...

1. No se ven ya casi niños jugando en los parques ni en las calles, ni siquiera yendo al colegio solos... Los padres tienen miedo de que los rapten.

2. Hay empresas que se dedican a encubrir infidelidades, creando reuniones, o viajes ficticios, para que el cónyuge que sospecha nunca descubra al que engaña. Y literalmente han dicho: "Más vale una buena mentira que una mala separación".


Al escuchar estas dos noticias... He sentido asco, indignación, repugnancia, rabia, cierta agresividad incluso...

Hay días que prefiero a los animales... Sin duda!!

sábado, 17 de noviembre de 2007

Desahogo momentaneo sobre formas que me molestan

El otro día había quedado con un amigo para desayunar. A las once.
Quince minutos después de esa hora, tras una ausencia –de presencia y de información-, decido (sentada en el sofá, vestida para salir a la calle y con el bolso colgando del brazo), mandarle un mensaje al móvil para que me confirme si el desayuno sigue en pie. No hay respuesta. Pero el informe de entrega me confirma que lo ha recibido.
Una hora después, sentada en el sofá todavía, vestida para salir a la calle, pero ya sin el bolso colgando del brazo, sin presencia ni información todavía, decido llamarle.
El teléfono está apagado o fuera de cobertura.
Y a las doce y media... Qué hago??? Me desvisto, me pongo el traje de baño y me voy a nadar, que siempre hay una alternativa... Pero no era mi plan!!.
A las cuatro y media de la tarde, recibo un mensaje: “Hoy no ha podido ser. Siento no haberte avisado”. Tal cual. Sí señor, con un par. Y pienso que yo sería incapaz!!!
Han pasado nueve días, y sigo sin presencia, y sin más información...

Esta tarde, sin ir más lejos, había quedado con una amiga. “Más tarde te llamo y te confirmo la hora, pero nos vemos seguro”, me dice. Bien.
Después de ver una película por la tele, con todos sus intermedios y el tiempo que eso conlleva, seguía sin noticias, así que decido salir con mi madre a dar un paseo. Un paseo larguito, con visitas a tiendas incluidas y el tiempo que eso conlleva también.
Al llegar al portal de mi casa, miro el móvil. Ninguna llamada ni mensaje recibido, en la pantalla tan sólo aparece la hora, las nueve menos diez.
Ahora, las nueve y cuarto de la noche, que la tarde ya ha pasado, sigo (seguía, hasta este justo instante, que por arte de magia, casualidades que a veces me “asustan” un poco, ha sonado mi “Chavo del Ocho”), pues seguía sin recibir una llamada.
De todas formas, cambio de plan. “He quedado con esta y con el otro y con otro más, para ir a tomar unas tapas, te apuntas???”.
Pues no sé... Igual no. Igual estoy un poco cansada de esperar, y de asombrarme en silencio, y de tener que apuntarme a planes ajenos, y de no poder elegirlos yo...
Igual estoy cansada de que no se respeten ni los días, ni las horas, ni a las personas. Igual estoy un poco cansada de que no se tenga en cuenta a los demás.

Estos son tan sólo dos ejemplos. Dos ejemplos de algo demasiado habitual, de lo que es una parte de mi entorno. Una parte a la que quiero, pero que a veces me desquicia. Y me hace sentir... ¿Poco importante? No sé...
Sí sé! Pues claro que sé!!!.

Sé que estoy harta de que algunas personas jueguen con el tiempo ajeno, como si fuera menos valioso que el suyo. Que estoy harta de dejar de hacer algo porque confío en que ya he quedado, y después encontrarme sola. Que estoy harta de citarme a una hora y que la cita se acabe retrasando hasta dos horas más tarde. Que estoy harta de que, a veces, incluso se deshaga el plan, y que de rebote, mi mañana, mi tarde, o mi noche queden reducidas a nada. O a otra cosa, por obligación.
Por supuesto que lo sé!! Estoy harta. Y enfadada. Aunque siga apreciando a esa panda de egoístas sin noción del tiempo y con carencia de compromiso. Aunque luego, al verles, se me pase la rabieta en treinta segundos.

Y sí. Esa es una parte de mi entorno. Impresentable por naturaleza. Y centrados en SU vida, en SUS historias, en SUS intereses, en SU mundo.
Y digo yo, que hay más pronombres personales a parte de la primera persona del singular!!!
Menos mal que hay contrapeso, y que la otra parte de mi entorno equilibra la balanza, y suaviza, y alienta, y se implica, y me hace seguir teniendo Fe en que aún queda gente con palabra. Menos mal que hay quienes se siguen adelantando a mi llamada cuando saben, porque me conocen, que necesito hablar. Menos mal que sigue habiendo gente que me demuestra que soy la primera opción. Y que me pregunta qué me apetece, cuándo me va bien, incluso me dedican un “tengo ganas de verte”, o un “cuando quieras”.Menos mal que hay quien conserva el don de la puntualidad, y sino, al menos, el de la decencia de avisar a tiempo.

Y menos mal que sé, que en el fondo, les importo a todos... Aunque a algunos les domine el ego. Aunque se olviden de lo ajeno.
Y es que ya sé que cada uno tiene su camino, pero a veces me pregunto si no hay quien se pasa de individualismo...

viernes, 16 de noviembre de 2007

Mis abuelos

Recupero una historia que escribí hará algo menos de dos años, cuando mi abuela Marcelina todavía vivía.

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Entró en la sala y la vio al fondo, con el pelo blanco, sentada en la silla de ruedas. Hacía ya seis meses desde la última visita. Aitana se paró antes de acercarse, para contemplarla desde lejos, y dijo un lo siento en voz baja, ese que se sabía incapaz de pronunciar de frente.
Respiró hondo y se dirigió hacia ella, disfrazando su culpabilidad con una sonrisa.
Su abuela la reconoció y le devolvió la mueca.
“Es que tengo mucho trabajo”- se excusó Aitana, justificando su comportamiento ante los ojos de quien no podía ya juzgarla. “Mira abuela, te he traído caramelos. De los que te gustan”.
Marcelina los cogió con ambas manos e hizo el intento, tras mirar a ambos lados, de guardarlos bajo la manta que cubría su falda, pero le faltaron fuerzas.
“Te los dejo en el bolsillo de la bata”- Interrumpió Aitana, mientras le ayudaba a esconder lo único de lo que era dueña.
Era la hora de comer, así que se sentó en la mesa con ella y otras tres mujeres, compañeras de residencia, para hacerle compañía.
Sus blancas y tersas manos ya no podían apenas agarrar el tenedor, y a cada bocado le bailaba la dentadura, dificultando la alimentación, que lejos de ser el placer de antaño, había pasado a ser una obligación.
Aitana le cortó la carne, y le llenó el vaso de agua varias veces, mostrando un cariño que únicamente se atrevía a darle al ser consciente de su inconsciencia.
Se acordó cuando de niña no quería quedarse con ella. “Con esta abuela no, que es muy aburrida, siempre cuenta lo mismo. Y además es triste.”
Contaba su vida. Sus viajes desde el pueblo a Zaragoza, apenas a 20 kilómetros. El amor de un solo hombre. La muerte de un hermano en la guerra, y después la de un hijo en sus brazos. El trabajo en el campo. Los pocos días de escuela y cómo aprendió a coser. La ilusión de poder comprar un helado en verano y el lujo de un membrillo en invierno. Los paseos en la burra Kika, y lo malas que eran algunas vecinas. Y la muerte de un marido.
Ahora, todo aquello que de niña le pareció insulso, cobraba la importancia de lo casi perdido. Ahora, que a sus veintisiete años le empezaba también a fascinar lo cotidiano y no sólo las grandes aventuras. Ahora que entendía que la abuela sólo quería contarle sus pequeñas historias. Ahora que ya no podía contarlas.
En su nuevo mundo, donde las luces de Navidad eran cebollas colgadas de una cuerda, donde los peatones de una calle comercial eran soldados que venían a buscarla, donde su hermano muerto y su hijo vivo se confundían creando una identidad ambigua, ya no había lugar para preguntas. La oportunidad de saber había pasado.
En ese mundo, donde la vestían con una camisa verde - ella que sólo había usado el negro- , en el que podía estar en varios sitios a la vez, en el que los recuerdos, los sueños y la fantasía creaban su propia realidad, se la veía serena.
Aitana miró a su alrededor y se vio envuelta de apacible tristeza. Todos los internos parecían comprender el ciclo de la vida y esperar pacientemente que se cerrara su círculo. Ninguno hablaba. Ninguno reía. Ninguno lloraba. Y en los ojos de cada uno podía contemplarse la resignación ante el paso del tiempo, y el pretendido retorno hacia lo que un día fueron, sabiendo que no había huída para lo venidero.
De pronto, Marcelina la cogió por el brazo: “ Nunca te quedes con nada por decir, ni por hacer”.
Y a su nieta se le escapó una lágrima, al ver que aquella mujer había sido capaz de conquistar de nuevo a la lucidez, aunque sólo fueran los instantes precisos para darle el mejor consejo. Después, continuó con relatos incomprensibles para otras mentes que no fueran la suya, y Aitana se marchó tras despedirse con un beso.
Antes de cerrar la puerta se volvió para mirarla de nuevo. Sabía que no volvería a verla en algún tiempo. Y sabía que su abuela la perdonaba.


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El por qué no fui más a menudo a verla, ahora ya no importa. Lo importante es que lo sé, que también lo sabía entonces, y no lo hice.
Supongo que fue por egoísmo. Porque era más cómodo no pensar en que faltaba poco para su ausencia definitiva. Porque era más sencillo vivir sin enfrentarme a verla en ese estado “premortuorio”. Supongo, también, que porque era muy fácil excusarme en el “si ya no se entera”.
Podría decir que me arrepiento. Pero no. No voy a decirlo porque no lo siento.
No puedo arrepentirme de algo que hice –o dejé de hacer- con pleno conocimiento.
Pero eso sí, no pude hacerlo peor. Me equivoqué. Y no volvería a repetirlo.

Afortunadamente, aún me quedan dos abuelos. Los que más he tratado, y a los que más he querido –y quiero-, a pesar de no habérselo dicho nunca.

Gori, mi abuelo, la envidia para cualquiera de su edad. Sin apenas una arruga. Con una salud de hierro (a excepción de esa obturación demasiado elevada de no sé qué arteria, origen de su único susto). Reservado en expresar sentimientos, pero al mismo tiempo sensible. Y algo cabezón. Con su humor típico extremeño. Con su mentalidad avanzada en comparación con otros de su generación, barriendo y limpiando el piso. Con unos tejanos, una camisa y un jersey, y riéndose de mí en invierno porque tengo frío llevando tres capas de ropa más que él. Y riéndose también de mí cuando en el pueblo, en el mes de agosto y en Cáceres, le digo a las tres de la tarde que en su casa hace frío. Recordándome la suerte que tengo de trabajar de ocho a tres, y de no trabajar los fines de semana. Dándome ejemplo, siempre al lado de mi abuela, inseparable. Explicándome lo fácil que es dejar de fumar, y aconsejándome que ahorre poco a poco para dentro de unos años.

Servi, mi abuela, físicamente un clon de casi todas las abuelas de Aldeanueva. Entrada en carnes, bajita, con el pelo corto y ondulado. Pero eso sí, con una alegría que la diferencia, y con una manera de contar las cosas que consigue hacerte reír a carcajadas. Ya un poco sorda, y con la tensión alta, y con artrosis, y mal, a veces, “de los nervios”, como dice ella.
Siempre me enseña la ropa que ha comprado para que le de el visto bueno al conjunto, y siempre me pregunta si estoy bien. Me intuye muchas veces aunque no le cuente, y a todo el mundo le saca la parte positiva. Prepara la mejor cazuela, la mejor caldereta, y a menudo, cuando como en su casa, me prepara un par de trozos de panceta “bien fritita, que así no engorda”. En continuo régimen, pero eso sí, hinchándose de fruta. Y servicial hasta decir basta, pero servicial con agrado, por gusto, por devoción.
A veces me pregunta si me acuerdo de ellos, porque nunca les llamo. Y yo le contesto con un “pues claro que me acuerdo”, que no sé si suena tan rotundo como en verdad lo siento. Y es que mi madre, eso sí, me informa a diario sobre ellos.

Pero soy incapaz de demostrar más lo mucho que me importan. Quizás porque en veintinueve años se ha creado un hábito, y me cuesta cambiarlo. Supongo que porque cuanto menos demuestras más difícil es luego reeducar ese comportamiento.

Pero sí. Lo intento. Ser más cariñosa. Ir a verles a menudo (menos de lo que debería viviendo tan cerca), pero mucho más de lo que hice en épocas anteriores. Y allí están, felices, sin apenas necesidades, con su sana costumbre de salir a pasear cada día, sin quejarse nunca, y aceptando de buen grado todo lo que les tocó vivir, que no fue fácil. Ahí están, para mi fortuna, y para recordarme, tan sólo con mirarles, que aceptar lo que no puedes cambiar no es síntoma de conformismo, sino de inteligencia y supervivencia. Para avergonzarme de algunos de mis lamentos, para encandilarme con su sencillez, y para hacerme sentir orgullosa de mis orígenes. Aunque no se lo diga...

jueves, 15 de noviembre de 2007

Palabras mudas

Hoy no podría escribir sobre cualquier cosa. Y sobre lo que podría escribir, no quiero hacerlo.

Así que prefiero retarme a permanecer muda. Y es que:
Manejar el silencio es más dificil que manejar la palabra (Georges Benjamin Clemenceau).

Y sí, quizás escriba, pero sólo para mí, que es lo mismo que pensar y no contar, y por tanto, lo mismo que quedarme en silencio.
Y como "si nunca se habla de una cosa es como si no hubiese sucedido" (Oscar Wilde), intentaré que parezca que no pasa nada...

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Sobre la conversación y la comunicación

Uno de los privilegios de los que disfruto habitualmente es de la posibilidad de conversar. Simplemente hablar, de todo, de nada, de cosas concretas o de temas que se escapan a lo tangible, de mí, de otros, del presente, del pasado, del futuro, de asuntos banales y aspectos trascendentales, de éxitos, de fracasos, de virtudes y defectos, de problemas y de soluciones, de sensaciones, de pensamientos, de dudas, de esperanzas, de amor y desamor, de ilusiones, de cambios, de la rutina diaria, de este mundo y de otros...

Simplemente conversar, sin un fin, sin un objetivo, sin más regla que el respeto, sin pretensiones ni expectativas.

Conversar, con personas que piensan antes de actuar, y con otras que lo hacen después. Con personas que no piensan (o no quieren pensar), con personas que piensan demasiado, con personas que saben de lo que hablan y con otras que no tienen ni idea. Con personas que saben expresarse y con personas que no poseen el don de la palabra. Con personas cultas, incultas, de mi generación, de algunas anteriores, de mi mismo punto de vista y de opinión contraria. Con personas que me dan la razón y con otras que me la quitan, lentamente o de un plumazo.

De algunas aprendo, otras me distraen. Algunas me hacen reír y otras me desahogan. Algunas son necesarias y otras prescindibles. Pero todas me enriquecen.

Y es que, para mí, la conversación es uno de los pequeños placeres de la vida. Y digo pequeño porque así se llama a las cosas cotidianas de las que podemos (o sabemos) disfrutar. A los placeres relativamente accesibles. Y que en realidad, suelen ser los placeres más grandes, y los más duraderos en el tiempo, precisamente por su cotidianidad.

Para ser sincera, no me hace falta mucho más que esos pequeños placeres para sentirme bien. Y digo bien, no feliz, que ese es otro tema...

Pero es curioso. Se asocia, en la mayoría de los casos, necesariamente, a la conversación con la comunicación. A veces incluso hay quien las confunde. Un grave error.

Mientras en la conversación tan sólo hacen falta palabras, la comunicación implica muchísimas connotaciones adicionales.
En ambas confluyen mensaje, relación, intercambio. Y por lo tanto, entiendo la conversación como una posible forma de comunicarse, pero no forzosamente lo es.
La comunicación conlleva conexión, comprensión, entendimiento, percepción, interpretación.

Y desde luego, ese efecto no se consigue en todas las charlas. Y en cambio, puede hallarse sin hablar.

Comunicación es, para mí, la base. Bien sea dialogando, en silencio, haciendo el amor, con una mirada, con un gesto, con una caricia, con un juego, con un beso, o en posición estática.

La comunicación es multiforme, es recíproca, no tiene pautas. Y además de un placer, la entiendo como una necesidad. Y como tal, sí es una de las cosas que, al conseguirla, al vivirla, puede hacerme sentir feliz...

martes, 13 de noviembre de 2007

A veces, tengo miedo.

A veces, tengo miedo. Desde pequeña. Pero entonces no lo sabía.
Hace diez años, cuando una muerte inesperada e injusta -como casi todas-, irrumpió en mi nube y me lanzó sin paracaidas al desconocido mundo real, pasé de ser una cuerda inconsciente a una loca consciente. Y fue entonces cuando empecé a conocerle.
Se viste de muchas formas, a veces en forma de inseguridad, a veces en forma de obsesión. Algunas ocasiones me lo encuentro avisándome de que puedo perder el control, y otras, se pone el traje de aprensión. Hay días que llama a la puerta, y yo, en la soledad de mi piso, se la abro para “entretener” a mi mente. Otras veces me acuerdo de poner el candado y consigo que, aburrido de esperar en la escalera, se vuelva por el mismo camino que vino.
Consigo apartarlo, alejarlo, dominarlo. Consigo incluso soportar su carga cuando se me cuelga en la espalda como un anexo de mi cuerpo, como una joroba prematura. Y consigo saber el motivo de su visita. Hasta consigo que desista en su intento de citarse conmigo a temporadas. Pero siempre vuelve. Y a veces pienso que, si lo hace, es porque en el fondo no soy rotunda con él. Y él, esperando mi momento de debilidad, siempre retorna, tenaz, insistente, persuasivo, a buscarme.
Y yo, que ya conozco casi todos sus trucos para colarse en mi vida, casi todos sus disfraces, me sigo asustando. A pesar de saber que es incómodo, pero inofensivo. A pesar de reunir la valentía para enfrentarme a él. A pesar de saber que puedo ganarle. A pesar de hacerlo, una y otra vez.

Y es que... ¿Cómo acobardas al miedo, para que no regrese?

lunes, 12 de noviembre de 2007

Equilibrio

Siempre pensé que carecía de equilibrio. Que era una persona extremista, alguien polar, que no sabía vivir con el término medio, con la línea recta en vez de los picos y los descensos, que entendía que la mezcla entre el blanco y el negro es siempre gris (en la acepción metafórica de ese color). Y me gustaba ser (sentirme) así.
Porque identificaba al equilibrio como un estado asensorial, carente de emociones, un “pasar de puntillas”, que derivaba en una no implicación, en carencia de opinión, en una moderación que injustamente entendía como falta de impulso.

Hace ya un tiempo que entiendo al equilibrio de otra manera. Como sinónimo de paz, de templanza, de armonía.

Hoy he buscado su definición, y me he encontrado con una sorpresa:

“Situación específica en la que existen diferentes factores o procesos, cada uno de los cuales son capaces de producir cambios por sí mismo, pero que puestos en conjunto no producen cambios en el estado del sistema a lo largo del tiempo.”

Hace ya tiempo que no huyo del equilibrio, sino que lo busco.
Y hace ya tiempo que no pienso que carezco de él, sino que lo rozo.

Estoy convencida de que en mi caso ha sido necesario vivir experiencias radicalmente opuestas y relacionarme con personas con puntos de vista tajantemente contrarios para llegar a saber cuál es mi sitio. Necesité creer estar convencida de ideas, creer que quería lo que no tenía, creer que lo que me enseñaron era erróneo y creer que lo que aprendí sola también lo era.
Necesité el mal humor para entender la alegría, y las risas para entender el llanto. Necesité la falta de respeto para entender la educación, y la educación para entender la convivencia. Necesité la convivencia para entender la soledad y la soledad para entender la compañía. Necesité la religión para entender el agonosticismo, y el agnosticismo para entender la Fe (genérica) Necesité la plena rebeldía para entender la importancia de ciertas normas. Y necesité las normas, para saber cuáles quería saltarme y cuáles no. Necesité separarme para querer unirme, y necesité conocer para saber a quién...
Necesité odiar los convencionalismos y la tradición cuando me enteré de que había otras alternativas. Hoy apoyo y disfruto algunos de ellos, pero no por costumbre sino por convencimiento.
Necesité acertar o equivocarme, para después recuperar, como mío, y sin imposición, parte del origen aprendido.
Necesité estar atada para querer soltarme, y necesité la libertad para querer ligarme.
Necesité romper para valorar, cuestionar para saber.
Necesité la ansiedad para entender la calma, y la calma para entender al equilibrio...

Definitivamente, equilibrio no implica invariabilidad, o estaticidad, creo que mi vida sigue estando sujeta a muchos posibles cambios, tal y como la definición afirma, (siempre seré partidaria de la evolución), pero creo también que algo dentro de mí está ya formado y es invariable.

Seguiré defendiendo firmemente en lo que creo, pero siendo consciente de que hoy puedo estar equivocada (y siempre dispuesta a que alguien consiga, a base de inteligencia, hacerme cambiar de opinión).
Seguiré sintiendo, en algunas ocasiones un frío glaciar, y en otras, un calor abrasador. Y al mismo tiempo que disfrute –o odie- estas sensaciones, sabré buscar, según convenga, una manta o un vaso de agua fría.
Seguiré vistiéndome a veces de negro luto o de blanco puro, pero sabré combinar ambos colores, y sobretodo, sabré mezclarlos.
No renunciaré jamás a vibrar (y no puedo aunque quisiera) renunciar a sufrir.

Pero serán momentos, instantes extremos.

Y con equilibrio, sigo cambiando... Entendiendo, aprendiendo, buscando, recuperando... Y sobretodo, sabiendo qué quiero de mi vida, que está, curiosamente, en el medio de lo que me enseñaron y de lo que aprendí por el camino.

Mi madre siempre me ha dicho que busco el camino más difícil para llegar a la meta. Hay quien no ha necesitado nunca extremos. Yo, gracias a ellos (y a veces por desgracia), sé cuál es mi meta a grandes rasgos. Y ahora sí, me siento capaz de ir hacia ella sin desviarme...

miércoles, 7 de noviembre de 2007

"Libertad sin culpa"

Dejo aquí el link de un artículo que me ha llamado la atención, por su definción (tan acertada bajo mi punto de vista), sobre la libertad, sobre lo que para mí significa al menos... Una libertad que no aleja, sino que une...

http://www.dsalud.com/crecimiento_numero45.htm

sábado, 6 de octubre de 2007

"Apariencias"



Hace unos años escuché hablar por primera (y única) vez, sobre la poesía visual.

Me atrajo mucho esa nueva forma de arte de la que desconocía su existencia, y la entendí como un auténtico reto: Transmitir, sin gestos y sin palabras. Tan sólo con una imagen.

Hoy, revolviendo entre los archivos de uno de esos Cd's perdidos en el tiempo, me he encontrado con "Apariencias", la única "obra" que quedó plamada en una fotografía, a pesar de que, durante un tiempo, anoté varias ideas en una hoja, que debe andar perdida entre otras tantas...

Y hoy, mirando esta imagen, me he preguntado si se la puede considerar poesía visual.
Para intentar conseguir una respuesta, he empezado a rebuscar por internet, y mi sorpresa ha sido encontrarme con que, la gran mayoría de autores, no osan definir este concepto.

No obstante, he encontrado alguna definición:

"Poesía Visual es la semejanza que existe entre una frase y la imágen que la expresa con un efecto poético o músical"

"El poeta ha de trasladar todo lo que ha leido y pensado a una imágen única sintetizada al máximo con un mínimo de recursos".

"La poesia visual no es dibujo, ni pintura, es un servicio a la comunicación".


Sigo dudando. ¿Es este Cd encima de una cartulina negra poesía visual, o una simple metáfora de algo que ronda por mi cabeza? ¿O es acaso lo mismo?

Sea como sea... Aquí queda, para trasladaros algo de lo que pienso, si podéis entenderlo...

martes, 25 de septiembre de 2007

Percepción. Tiempo. Certeza.

Ayer abrió la caja de su primer novio. Esa caja en la que le regaló un reloj de pared con forma de corazón incompleto –aviso desatendido-, que todavía cuelga, sin pilas, encima de su cama.
Esa caja que desde hace años sólo sirve para encerrar todo lo que entonces pudo unirles. Esa que no abría desde que ajustó cuidadosamente la tapa para encerrar, convencida, casi tres años de su vida.

Ojea. Remueve. Revuelve. Lee. Se asombra. Sonríe. Se ve. Se enternece. Rescata. Se sonroja. No se reconoce. Se avergüenza. Retrocede. Avanza. Se reafirma. Duda.

No recordaba haberla llenado tanto.
Se queda pensativa durante unos minutos...

“Parece que con él fui feliz.
Quizás sí fui feliz... Pero se me ha olvidado”.


De repente, su memoria la rescata con una frase de Gabriel García Márquez: “La vida no es como la vivimos, sino como la recordamos, para contarla”.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Una propuesta sin opción a regateo

Te cambio un ya nos veremos por un tengo ganas de verte,
Un adiós por un hasta luego,
Un silencio por una conversación,
Y una conversación por un silencio,
Un cigarro por un beso,
Una lágrima por una sonrisa (y, a veces, una sonrisa por una lágrima),
Una hora de sueño por una de sexo,
Un te hubiera gustado por un me acordé de ti,
Una fotografía por una visita,
Un e-mail por una carta,
Un regalo por un abrazo,
Un secreto por una mirada sincera,
Un lo siento por una sorpresa,
Una tila por un baile,
Una joya por una canción,
Una manta por tu piel,
Una almohada por tu pecho,
Un reloj por perder la noción del tiempo,

Mi soledad por tu compañía.

La inocencia, un arma poderosa


¿De qué sirve el poder si puede ser ridiculizado por el acto más simple?

domingo, 23 de septiembre de 2007

Relato de un inconformista (re)convertido

No cambiaría mi relación actual por ninguna otra.
Pero sí cada instante de ella.

Cinco citas

El adjetivo debe ser la amante del sustantivo y no la mujer legítima. Entre palabras van bien ligámenes pasajeros y no matrimonios eternos. De esto se desprende si un escritor es original.
(Alphonse Daudet)


Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo.
(Benjamin Franklin)


El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.
(Victor Hugo)


Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde.
(Francis Bacon)


Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.
(Martin Luther King)

viernes, 21 de septiembre de 2007

Prisas cotidianas

Un chico se anuda la corbata a la vez que camina, a ritmo de marcha atlética, hacia su puesto de trabajo.
El claxon de un coche suena escandalosamente cuando el de delante frena, en vez de acelerar, al llegar a un semáforo en ámbar.
Una mujer golpea desesperada la puerta de un autobús en el justo momento en el que empieza a arrancar.
Decenas de personas corren por los pasillos subterráneos del metro, y se dan media vuelta, enrabiados, al llegar al andén y constatar que el reloj marca dos minutos y medio para que pase el próximo tren.
Hombres y mujeres de todas las edades se quejan en la cola de los supermercados, y de los Bancos, porque ya llevan diez minutos esperando.
En la sala de espera de la consulta un médico, varias piernas se mueven sin cesar, como acompasando el pedal de un piano.
Una chica grita a su pareja porque ha llegado siete minutos tarde.
Otra le pregunta al camarero si falta mucho para que le sirvan el segundo plato.
Y, en un peaje, un transportista insulta desde dentro del camión al conductor de delante, que ha cometido el grave error de confundirse de tarjeta y tiene que buscar la correcta en la cartera.
Todos los pasajeros de un avión corren, tras aterrizar, para conseguir un buen lugar alrededor de la cinta por donde salen sus maletas.
Una señora recibe un codazo para impedir que se acomode en el único asiento vacío del autobús.
Varias personas se agolpan en la puerta del Corte Inglés el primer día de rebajas, una hora antes de que abran las puertas al público.
Una quinceañera llora mientras escribe en su diario, antes de acostarse, las ganas que tiene de ser mayor de edad.
Y una abuela empieza a limpiar la mesa a pesar de que sus nietos no hayan acabado de comer.
Un anciano y su bastón se apresuran a cruzar el paso de peatones de una ancha avenida, mientras el semáforo parpadea, avisando de que va a ponerse en rojo.
Los niños de primaria se empujan en la fila para salir los primeros al patio. “Tonto el último!!”

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Daniela Vidal

La imaginaba en un jardín inmenso, correteando sin cansarse, con sus all star rosas del número más pequeño. En un campo llano y verde, repleto de flores, que misteriosamente aparecía en la cima de la montaña más alta, donde podía jugar sin mancharse su vestido blanco. La imaginaba con una mochila en la espalda, cargada de ilusiones – que no pesan -, dispuesta a partir en cualquier momento.
Sentía que sus ojitos azules nos observaban a cada instante, y que se entretenía conociéndonos desde allí arriba.
La veía sonreír continuamente, y hasta sentía sus carcajadas unidas a las nuestras, con ese brillo en la mirada capaz de hacerme aflorar un instinto hasta entonces dormido.
Sé que escuchaba atentamente cuando hablábamos de ella, intentando adivinar cuándo sería su cumpleaños.
A veces podía notar su enfado al vernos discutir, y no me costaba imaginarla con los brazos en jarra y el ceño fruncido. Y hasta llorando desconsolada, al temer que su anhelado viaje pudiera quedarse tan sólo en un sueño, en una intención de dos adultos que la engañaron.
Sé, que a pesar de todo, quería venir. Y yo la hubiera traído con la absoluta certeza de que sería feliz.
Pero su billete no podía pagarlo yo sola.

...Le hubiera comprado cualquier cosa que señalara apretando su dedo índice contra un cristal, y hubiera compartido sus primeros castillos de arena en cualquier playa, sin contarle que, a veces, los castillos se quedan en el aire...
Y la hubiera puesto en medio de los dos, agarrando una de sus manos mientras aprendía a caminar por sí sola...

Hace unos meses que no la encuentro a pesar de buscarla. Y la vuelvo a imaginar, esta vez escondida bajo un árbol, con la mochila en el suelo, observando como sus amigos van desapareciendo del paraíso en el que vive, y temiendo quedarse allí para siempre.

No escogería a otra niña entre todas las que pudiera tener.

Ahora la echo de menos, sin haberla conocido siquiera. Y si no pudiera traerla nunca a mi lado, me gustaría decirle que fue a ella a quien más quise, a pesar de que quizás ella nunca llegue a ser, y yo albergue dentro de mi a otra vida...

“Aquí está Daniela esperando a que le abran la puerta para salir...”

domingo, 16 de septiembre de 2007

Querido lumbago

Doy vueltas en la cama. El dolor de espalda me despierta a las 7.00, a la misma hora que lo haría un pitido si no estuviera de baja. Estoy de mal humor. Una semana sin apenas moverme. Y tengo hambre.
Enciendo la televisión y acto seguido me dirijo a la cocina a preparar una tostada con mantequilla y esa mermelada de cereza picota del pueblo, benditos pequeños placeres.

Empieza el telediario. Y voy escuchando una voz entrecortada por otras a golpe de video informativo.
Un accidente múltiple se cobra la vida de cinco personas, tres de ellas de la misma familia. María Cantero ingresada de urgencia en el Hospital Clínico de Barcelona, tras ser apuñalada por su pareja mientras dormía. Veinte niños fallecen en Irak tras explosionar el artefacto de un suicida en la puerta de un colegio. A Rocío le vence finalmente el cáncer tras una dura batalla.

Aborto la operación desayuno, haciendo saltar la tostada antes de tiempo. Quizás más tarde recupere el apetito.
Vuelvo a tumbarme en la cama con la televisión encendida. Pierdo la mirada en la pantalla y por unos instantes dejo de oír.
Me visualizo en un camino lleno de minas personales, enterradas, esperando acabar con mi vida o “simplemente” mutilarme. Siento miedo de avanzar, me paralizo. Quieta estoy a salvo. Mejor no andar.

El estruendo de un anuncio cualquiera me devuelve a mi realidad.

Respiro hondo. Suspiro.

Querido lumbago, no volveré a quejarme de ti. Pero tengo ganas de seguir caminando.

domingo, 24 de junio de 2007

Este blog nace con el propósito de recuperar una afición perdida, de reforzar un encuentro conmigo misma, de escribir, simplemente, acerca de mi realidad, y de otras muchas...